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Capítulo 11 – Hospital Popular Nº1 de la Ciudad X (Parte 11)
—¿Xue Yingying? —volvió a llamar Qi Leren.
Al principio no se dio cuenta de lo que había pasado. Pensó que Xue Yingying simplemente se había alejado un momento, y hasta la llamó tres veces más.
El pasillo seguía tan vacío como antes, sin un alma a la vista.
—Deja de gritar, podrían oírnos —le advirtió el doctor Lu, con el rostro algo pálido.
¿Oírnos? Claro que quería que ella lo oyera. A Qi Leren le tomó un par de segundos darse cuenta de que el “ellos” del que hablaba el doctor Lu no se refería a Xue Yingying.
—Creo que ya no está aquí —comentó Su He, dando unos pasos hacia el lugar donde Xue Yingying estaba antes. No había bifurcaciones por donde pudiera haberse desviado. En tan poco tiempo, era imposible que se hubiera marchado sin que lo notaran. Algo extraño, algo que desconocían, debía haber sucedido.
La desaparición repentina de una compañera generó una presión invisible sobre los tres. Hacía apenas unos segundos que Xue Yingying caminaba tras ellos, y ahora había desaparecido sin hacer el menor ruido, justo delante de sus ojos.
Qi Leren sentía como si tuviera algo atorado en la garganta; su voz salió ronca.
—Busquémosla por los alrededores. Tal vez sólo se alejó un momento…
Ni él mismo creía en esas palabras, pero en medio de esa atmósfera extraña, el doctor Lu y Su He asintieron.
Los tres comenzaron a buscar en silencio a Xue Yingying. Al pasar por el pasillo en forma de cuadrado, Qi Leren volvió a mirar el panel electrónico del vestíbulo del primer piso. Seguía marcando las 4:13 p.m., sin la más mínima variación.
—¿Está empezando a salir niebla? —escuchó que decía el doctor Lu a sus espaldas.
Qi Leren afinó la vista y, al mirar hacia el vestíbulo, notó una niebla tenue flotando en el aire. No era espesa, pero se entretejía en el ambiente como hilos dispersos, trayendo consigo un frío inquietante y ominoso.
—¿Será que la niebla de afuera se ha metido al hospital? —susurró Su He—. Eso no suena bien…
Cierto. ¿Y si esas sombras fantasmales del exterior venían con la niebla?
¿Qué era exactamente eso que ocurría a las 4:13?
Dieron toda una vuelta sin encontrar a Xue Yingying, así que regresaron cerca de la pecera para buscar pistas. Pero al doblar el pasillo, justo al llegar, Qi Leren notó de inmediato los restos de peces dorados pisoteados en el suelo… solo quedaban dos.
Sus pupilas se contrajeron bruscamente. Fijó la vista en el lugar donde estaba el tercer pez. Estaba completamente limpio, como si nunca hubiese habido nada allí.
Se giró de golpe. Su He también estaba mirando los peces en el suelo, y sus miradas se cruzaron con confusión.
Ambos entendieron al instante lo que eso significaba. Miraron hacia donde estaba el doctor Lu… pero en algún momento, él también había desaparecido.
Un escalofrío comenzó a subir desde los pies, penetrando hasta las entrañas. Todos sus sentidos parecían desvanecerse en la niebla. Lo único que quedaba nítido era el pensamiento, que funcionaba a toda velocidad empujado por el miedo.
—¿Doctor Lu? —Qi Leren dio unos pasos hacia atrás y lo llamó en voz baja.
El pasillo permanecía en silencio, sólo su voz temblorosa flotaba en el aire gélido.
Su He observaba los dos peces Koi que quedaban en el suelo, sumido en sus pensamientos.
—Al principio, había cuatro —dijo Su He.
La voz lo sacó de su aturdimiento. Bajo la fría luz de los fluorescentes, el perfil pálido de Su He tenía una belleza sombría y frágil. Habló con calma.
—Primero desapareció Xue Yingying. Quedaban tres peces. Luego fue el doctor Lu.
—¿Quieres decir que los peces indican algo? —preguntó Qi Leren.
Su He negó con la cabeza.
—No lo sé. Tal vez si damos otra vuelta, el siguiente en desaparecer sea yo.
Qi Leren intentó sonreír, pero ni los labios le respondieron.
—O tal vez sea yo…
¿Estarían vivos los que desaparecían? ¿A dónde eran llevados? Qi Leren sentía que incluso su temple —relativamente fuerte— estaba a punto de romperse. Todo lo hacía sobresaltarse, dudar, temblar.
Su He miró los peces y murmuró.
—Tal vez, para ellos… los desaparecidos somos nosotros.
—Entonces… ¿qué hacemos ahora? —preguntó Qi Leren, sin saber qué decir.
Su He lo pensó un momento y extendió la mano.
—Agarremos nuestras manos. Así evitamos que alguien desaparezca otra vez.
Qi Leren la tomó sin dudar. En el instante en que sus manos se tocaron, Qi Leren se quedó pasmado.
Su He tenía unas manos largas y delgadas, suaves al tacto. Pero en la palma y en los dedos, notó una capa de callos finos.
—¿Qué pasa? —preguntó Su He, con una leve sonrisa.
—Tienes callos… Me sorprende. Pensé que eras del tipo oficinista, o actor, modelo, algo así —respondió Qi Leren.
—¿Ah, sí? En realidad soy programador —dijo Su He con una sonrisa.
—¡No lo pareces para nada!
—Aunque, antes de eso, pasé por una época muy dura —agregó Su He.
Qi Leren pensó que debería haberse dedicado al modelaje. Aunque sólo fuese un adorno, sería de los más atractivos, y ganaría más que como programador.
Dado el entorno peligroso, no siguieron hablando del tema y decidieron dar otra vuelta. Esta vez, al ir tomados de la mano, no temían perderse de nuevo. Caminaron sin prisa, hablando trivialidades mientras recorrían el pasillo en forma de cuadrado.
Pasaron otra vez por el panel electrónico. El reloj seguía sin moverse. Las 4:13 p.m., como una maldición suspendida sobre ellos, esperando caer.
Al caer la noche, la temperatura bajó rápidamente. Por la tarde, aún se podía ir en manga corta, pero ahora, incluso con mangas largas, el frío calaba hasta los huesos. Aunque no paraban de andar, los pies parecían haberse congelado.
—Tienes las manos frías. ¿Estás asustado? —preguntó Su He de pronto.
Llevaban un rato en silencio. Al escuchar su voz, los párpados de Qi Leren temblaron.
—¿Frías? Creo que las tuyas están más frías —dijo, y en su interior algo se encendió.
¿Por qué Su He decía que sus manos estaban frías? Si las de él estaban aún más heladas, debería sentirlas cálidas en contraste. ¿Por qué dijo eso?
En ese momento, Qi Leren iba medio paso adelante. Con el rabillo del ojo, alcanzó a ver sus manos entrelazadas.
La mano que sostenía… era delgada, pálida, completamente carente de color.
¡No era la mano de Su He, era la mano de una mujer!
—Ya casi llegamos al acuario. ¿Cuántos peces quedarán ahora? —dijo “Su He”, con la misma voz, pero un tono mucho más suave, casi femenino.
Qi Leren se obligó a no mirar atrás, a no soltar la mano. Pero saber que estaba agarrando a una criatura desconocida hizo que todos los vellos de su nuca se erizaran. Sentía su aliento helado rozándole el cuello cada vez que hablaba.
Quería pensar en una forma de atacar sin alertar al enemigo. Pero al pasar junto a una ventana, no pudo evitar mirar…
La dueña de la mano llevaba un vestido blanco empapado en sangre, y su cuello había sido cercenado brutalmente. Su cabeza colgaba apenas sujeta por un delgado trozo de piel, como un diente de león roto.
Aquella cabeza giró media vuelta y se reflejó en la ventana, con una sonrisa congelada en el rostro. En su mejilla, un número “4” abierto en la carne.
Sus miradas se cruzaron en el cristal. Ella sonreía aún más, y aunque no dijo nada, Qi Leren entendió claramente su expresión.
Sabes quién soy. Sabes por qué estoy aquí.
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