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Me convertí en el Príncipe Heredero del Imperio Mexicano

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Capítulo 269:  El mundo después de la guerra (1) 

Bajo el cielo teñido de rojo del atardecer, en Delhi continuaba una feroz batalla donde la sangre se pagaba con sangre. La ofensiva británica en Delhi llevaba meses y los rostros de los soldados ingleses reflejaban ya el cansancio y la desesperanza. Tenían veinte mil soldados, mientras que el enemigo solo contaba con once mil. Sin embargo, sus números seguían aumentando, mientras que los británicos no recibían refuerzos.

El comandante Edward Williams observaba las trincheras teñidas de rojo con ojos agotados. Con un profundo suspiro, le preguntó a su ayudante, el teniente coronel Henry:

“¿Cuántas bajas tuvimos hoy?”

Henry bajó la cabeza y respondió:

“General, solo hoy tuvimos trescientas bajas.”

La expresión de Williams se oscureció. Las cifras crecientes de bajas lo aplastaban como un peso insoportable. La moral de los soldados estaba por los suelos, y no había señales de mejora en el frente.

En ese momento, un mensajero llegó corriendo.

“¡Comandante! ¡Un mensaje urgente desde la metrópoli!”

Williams sintió un mal presentimiento al recibir la carta. Rompió el sello y, mientras leía, sus ojos se abrieron cada vez más.

“Esto no puede ser… ¡Inglaterra ha sido derrotada en la guerra contra el Imperio Mexicano!”

No había recibido ninguna noticia sobre el avance de la guerra. Y ahora, para colmo, ¡un tratado de paz ya había sido firmado! Eso significaba que el gobierno británico había ocultado la situación o que sus rutas marítimas estaban bloqueadas.

La noticia rápidamente se esparció entre los oficiales, llenándolos de incredulidad. Era difícil de creer. ¿El Imperio Británico, derrotado? ¿Tan pronto? El teniente coronel Henry preguntó, con voz temblorosa:

“¿Es… es verdad?”

“…Sí. Han ordenado liberar todas las colonias y retirarnos.”

Habían muerto treinta mil hombres, y aún más estaban heridos. Todos esos sacrificios se habían desvanecido como humo. Williams estaba tan aturdido por la noticia que apenas podía pensar con claridad.

Al caer la noche, el campamento británico se sumió en el caos. Los rumores entre los oficiales llegaron hasta los soldados, quienes comenzaron a inquietarse, y pronto hubo quienes intentaron desertar.

“¿A dónde van? ¡Están locos! ¡Esto es la India! ¡No tienen a dónde escapar!” gritó el capitán Philip a los soldados que huían, pero sus palabras se perdieron en el vacío.

“¡Ya no puedo más! ¡Quiero volver a casa!”

Los soldados ya no podían pensar con claridad. Las trincheras eran un verdadero infierno; cada día veían morir a sus compañeros y vivían en constante miedo a la muerte. Los soldados traídos de Inglaterra casi no desertaban, pues sabían que no tenían a dónde ir en la India, pero los soldados indios no sentían esa misma atadura y desertaban sin dudarlo.

Williams, dentro de su tienda, se sostenía la cabeza con ambas manos. La responsabilidad y la impotencia lo abrumaban. Sin embargo, comprendía que debía tomar una decisión. A la mañana siguiente, reunió a los oficiales restantes. El ambiente dentro de la tienda era denso y silencioso.

“Nos retiraremos a Bengala.”

Su voz era fría y firme.

“No tiene sentido seguir sacrificándonos.”

Los oficiales intercambiaron miradas. Todos estaban agotados y comprendían que esta decisión era la única sensata. El teniente coronel Henry, en voz baja, preguntó:

“¿Y después… qué ocurrirá?”

Williams guardó silencio un momento antes de responder:

“Lo único seguro es que no nos iremos sin más.”

Para él, ni la derrota británica ni la orden de abandonar la India justificaban retirarse por completo. La madre patria, y los espíritus de los soldados caídos en Delhi, no permitirían que la lucha terminara así.

Mientras tanto, en las murallas de Delhi, el ejército independentista indio alzaba su bandera de victoria. Ashok Narayan Varma, el líder de la resistencia, contemplaba la ciudad desde lo alto, soltando un profundo suspiro. En su rostro se mezclaban la alegría y una expresión de preocupación.

“Lo logramos.”

A su lado, Ahmad sonreía radiante. Pero Varma no sonreía.

“La verdadera lucha empieza ahora. Los líderes de cada región comenzarán a mostrar sus ambiciones. Ya no necesitarán la causa del Imperio Mogol.”

Los indios se habían unido bajo la bandera del Imperio Mogol solo por su legitimidad histórica antes de la llegada de los británicos, pero pocos le eran verdaderamente leales.

Por eso, Varma y sus compañeros habían mantenido en secreto las noticias que México les enviaba en privado sobre la situación mundial. Temían que, si se enteraban de la victoria, los ejércitos enviados por los líderes locales se dispersaran antes de que los británicos se retiraran por completo.

Ahmad asintió con la cabeza.

“Será necesario reorganizar nuestras fuerzas.”

“Sí. Aunque contemos con el apoyo del Imperio Mexicano, al final necesitamos nuestra propia fuerza para establecer el orden.”

Varma sabía que, aunque habían luchado ferozmente para proteger Delhi, no habían sufrido grandes pérdidas. Al ver la esperanza de la independencia, cada vez más personas se sumaban a sus filas, reforzando su ejército.

 

Sin embargo, eso también aplicaba para las fuerzas locales. Ellos, en cambio, gozaban de una libertad aún mayor. Al concentrarse Inglaterra en Delhi, comenzaron a sacudirse abiertamente el yugo inglés y a reunir sus propias tropas. Las fuerzas enviadas a Delhi eran solo una parte de ellas.

“¡Los ingleses están retrocediendo!” “¡Es nuestra victoria!” “¡Uoooh!”

Mientras Barma calculaba la situación con una expresión compleja, se escuchaban a lo lejos los gritos de celebración. Los habitantes de Delhi habían salido a las calles a festejar su triunfo.

En el cielo de Delhi brillaban innumerables estrellas. Las cicatrices de la guerra aún perduraban, pero el preludio de una nueva era se estaba abriendo.

***

1857

Con el nuevo año, el silencio pesado seguía envolviendo las calles de Estados Unidos. Los barcos estaban anclados en el puerto de Nueva York, pero el tráfico de mercancías había disminuido considerablemente. Los rostros de las personas estaban marcados por el cansancio y la desilusión, sus miradas perdidas en un punto lejano.

En los quioscos de la calle, un titular en letras gruesas resaltaba:

[¡El Imperio Mexicano emerge como la potencia mundial más fuerte!] [Derrota del Imperio Británico, declive de los simpatizantes de Inglaterra]

Las personas bajaban la cabeza al leer esos titulares. Nadie había anticipado que la nación, una vez convencida de que dominaría todo el continente norteamericano, caería tan rápido.

En un banco del parque, un anciano suspiraba y murmuraba en voz baja.

“Todo estuvo mal desde el principio… Nunca debimos entrar en guerra con México. ¿Cómo llegamos a hacer esta elección…?”

El joven que estaba sentado a su lado asintió con la cabeza.

“Deberíamos haber escuchado al congresista Lincoln antes de involucrarnos en esta guerra. Él se oponía al conflicto.”

El anciano miró hacia la distancia y dijo:

“Sí, y ahora me arrepiento de haberlo criticado.”

Abraham Lincoln había advertido que no se debía aceptar la ayuda de Inglaterra en la guerra civil. Sin embargo, los estadounidenses lo acusaron de traidor y rogaron la intervención británica. Esa decisión provocó la intervención de México y la pérdida permanente del sur.

Pero la tragedia de Estados Unidos no terminó allí. Inglaterra, ayudando en varias ocasiones, fue extendiendo su influencia en el país, y el pacto sellado provocó otra guerra. Lincoln argumentó que debía soportar las críticas de Inglaterra y de la comunidad internacional y no entrar en el conflicto, pero una vez más, los estadounidenses lo censuraron.

Durante mucho tiempo, Lincoln había sido objeto del odio general, y solo ahora, cuando el país estaba prácticamente en ruinas, fue que empezaron a reconocer su visión. Ahora todos repetían que Lincoln había tenido razón. Su popularidad crecía rápidamente, pero ni siquiera Lincoln mostraba una expresión de satisfacción; más bien, su semblante era el de cualquier otro estadounidense abatido.

Ya no había fuerzas para enojarse con México; solo quedaba tristeza por la caída de la patria. Al ver a Lincoln caminando absorto en sus pensamientos por el parque, la gente susurraba:

“Ese es el congresista Lincoln.” “Él tenía razón.”

Lincoln percibía las miradas de la gente, pero continuaba su camino con serenidad. Se detuvo frente a un pequeño lago del parque. Sobre el agua flotaban hojas secas, y cada vez que soplaba el viento, se formaban suaves ondas. Metió las manos en los bolsillos y exhaló profundamente.

En ese momento, un hombre, con valentía, se acercó a él.

“Congresista Lincoln, ¿podría hablar un momento con usted?”

Lincoln giró la cabeza y lo miró.

“Por supuesto. ¿En qué puedo ayudarle?”

El hombre, algo titubeante, confesó:

“Fui uno de los que lo criticó en el pasado. Pero ahora me doy cuenta de que usted tenía razón. Lo siento mucho.”

Lincoln esbozó una suave sonrisa y respondió: “No se preocupe. Todos hemos pasado por eso, ¿no? Lo que importa ahora es lo que viene.”

El hombre, aliviado, le preguntó:

“Gracias. Entonces, ¿qué camino debería tomar nuestro país de ahora en adelante?”

Sorprendido por el cambio repentino de tema, Lincoln se quedó pensativo. Era una pregunta que él mismo se hacía constantemente: ¿Hacia dónde debe dirigirse esta nación…?

Como político, sabía que debía tener una respuesta, pero incluso él estaba sumido en esa búsqueda tras la derrota, lidiando con las duras condiciones de paz. Sin embargo, no podía expresar todo eso en ese momento.

 

No solo el joven, sino todos en el parque lo miraban. Con rostros cansados y abatidos, anhelaban una respuesta. Lincoln, contemplando el lago del parque, habló lentamente.

“Tenemos que mirarnos a nosotros mismos y encontrar las soluciones dentro de nuestro propio pueblo. Es momento de dejar de dejarnos llevar por fuerzas externas y buscar nuestro propio camino.”

El joven asintió con convicción.

“Si usted nos lidera, congresista, muchos lo seguirán.”

Aunque todavía quedaba bastante tiempo en el mandato del presidente Frémont, él había perdido todo el impulso en la gestión del país. Como figura central de los pro-británicos, se había ganado el resentimiento de todos y su popularidad estaba en el suelo. Todos sabían que Lincoln se estaba convirtiendo en el líder indiscutible de la política.

Lincoln asintió y respondió con firmeza.

“Trabajemos juntos. Para levantar de nuevo este país, necesitamos el esfuerzo de todos.”

Después de eso, Lincoln abandonó el parque y se dirigió al centro de la ciudad. Las calles seguían impregnadas de tristeza, pero en su interior empezaba a arder una pequeña chispa de esperanza. Caminando, observó los comercios a su alrededor. Muchos seguían cerrados, pero algunos parecían prepararse para abrir de nuevo. Los comerciantes sacudían el polvo y organizaban sus espacios, listos para un nuevo comienzo.

Un niño lanzaba un avión de papel en un callejón. El avión se elevó con el viento y luego descendió suavemente. Lincoln sonrió al verlo.

Aún queda esperanza.

Esa misma noche, regresó a su casa y se sentó frente a su escritorio. Sacó una vieja libreta de un cajón y la abrió. En ella estaban apuntadas ideas que había estado desarrollando durante años. Tomó la pluma y comenzó a anotar un nuevo plan.

“Nuestro pueblo está agotado. Eso es un hecho.”

Hubo un tiempo en que Estados Unidos, con su “Destino Manifiesto”, defendía fervientemente la expansión hacia el exterior, pero ya no quedaban rastros de aquellos ideales. Todos estaban cansados de involucrarse en conflictos extranjeros y de ser manipulados por fuerzas externas. Si hasta él sentía ese hastío, ¿qué no sentiría la gente común?

El país se dirigía claramente hacia una política de aislamiento. Lo quisiera o no, eso era inevitable. Sin embargo, cortar los lazos con el exterior de golpe tampoco era una opción.

Si dejamos pasar esta oportunidad, el proceso de reconstrucción se retrasará al menos treinta años.

Como siempre, la mente de Lincoln no dejaba de pensar en México. Sabía que México estaba dispuesto a liberar fondos, y eso ya estaba ocurriendo. Lincoln entendía perfectamente las intenciones de México. Ese banco de desarrollo surgido en Sudamérica no era tan benévolo como parecía. Pero, ¿volvería México a invertir una suma tan grande en el extranjero en el futuro?

México prefiere invertir sus recursos en su propia infraestructura e industria. ¡Y con razón, porque eso le ha dado resultados!

Eso significaba que, debido a los fondos generados por la guerra, México tenía ahora un excedente difícil de manejar. Era un momento único, una oportunidad que no volvería a presentarse.

Con esa reflexión, se apresuró a preparar documentos. Tenía la intención de volver a visitar Ciudad de México en persona.

 

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