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Capítulo 6
—Gira el brazo —instruyó el tabernero.
En la habitación de Ian, en el segundo piso de la taberna, el tabernero estaba ocupado ajustando una hombrera de cuero sobre el hombro de Ian. Ian, cooperando con el tabernero, movió el brazo con soltura para ayudar en el ajuste.
—Así está bien —observó el tabernero.
La hombrera encajaba perfectamente en el hombro de Ian, sin impedir el movimiento en lo más mínimo. La sensación de las correas de cuero era firme y segura.
—La parte más complicada ya pasó —murmuró el tabernero mientras empezaba a apretar las correas de la armadura de Ian. Ian le había pedido ayuda con esos preparativos. Ahora que debía vestirse con la armadura como si fuera ropa normal, esta tarea era esencial. Pero la petición de Ian iba más allá de solo ayudar con la armadura.
—¿Te vas ya? —preguntó el tabernero antes de que Ian pudiera hablar.
—Me han dado una misión —respondió Ian encogiéndose de hombros.
—Aun así…
—Aquí no me queda nada más. Es hora de seguir adelante —dijo Ian.
El tabernero hizo un clic con la lengua, claramente molesto ante la idea de que Ian se marchara.
Está haciendo demasiado alboroto, pensó Ian.
—Basta de eso, cuéntame los rumores —pidió Ian.
—¿Qué tipo de rumores buscas?
—Los ominosos. Se oyen con bastante frecuencia.
La verdadera intención de Ian era recopilar información. Las tabernas, como centros de viajeros, forasteros y borrachos parlanchines, eran ideales para recoger todo tipo de rumores. Por eso era el lugar perfecto para que Ian obtuviera datos para sus objetivos, una especie de trabajo investigativo.
—No faltan esos rumores. La maldición del Muro Negro que se propaga como una plaga. ¿Quieres oír de lobos que solo comen carne humana? ¿Un cocodrilo de cuatro ojos en las cloacas subterráneas? ¿Tal vez jinetes sin cabeza y hadas sedientas de sangre?
El reino estaba plagado de tales rumores. Ian sabía demasiado bien que todos ellos eran reales. Eso reflejaba lo caótico que eran los tiempos oscuros.
—¿Algo sobre lugares específicos?
—Bueno… Hay rumores sobre un castillo donde las paredes sangran, una cueva donde se escuchan lamentos, un bosque del que nadie que entra vuelve…
La ceja de Ian se arqueó. Esa era la historia que esperaba.
—Eso sirve. ¿Será el Bosque de las Tumbas, quizá?
—Correcto. Aunque la historia detrás no es tan grandiosa como su nombre sugiere.
Con un tirón firme, el tabernero apretó una correa en la armadura de Ian y se sacudió las manos con rapidez.
— No sueles meterte en las charlas de la taberna, pero sabes bastante —comentó el tabernero.
— Es como si hubieras escuchado las conversaciones que tuve.
— Si no te gusta, quizá deberías cambiar el suelo.
El tabernero, con una leve sonrisa, tomó las polainas y se agachó frente a Ian.
— Ese bosque tiene una tumba subterránea. Se dice que antiguas hadas la construyeron. En fin, desde la guerra contra los demonios, soldados caídos fueron enterrados ahí. En vez de dejar los cuerpos esparcidos, los lanzaban al subsuelo.
—¿Y?
Ian recordó el Bosque de las Tumbas del juego; era una historia creíble.
—Los plebeyos también empezaron a enterrar a sus muertos allí. Ya fuera lanzándolos al subsuelo o enterrándolos en el bosque. Así fue hasta hace poco. Pero entonces, una niebla densa descendió sobre el área —continuó el tabernero, tras ajustar bien las polainas en las espinillas de Ian—. Desde entonces, quien entra no regresa. Nadie se atreve a ir más allá. Eso es todo.
—¿No hubo intentos de investigar?
—No hay nada que ganar. Ni los ladrones de tumbas se acercan. ¿Para qué molestarse?
—Claro. —Ian asintió mostrándose de acuerdo y añadió—. Por eso me interesa.
Ian había reunido toda la información necesaria.
—¿Vas a llevar a ese caballero contigo? ¿Qué esperas encontrar? —El tabernero levantó la ceja con curiosidad.
Un mago oscuro disfrutando su propia fiesta en el paraíso de huesos, pensó Ian para sí.
—¿Qué hay para encontrar en un pueblo tan pequeño? Pero es el lugar más probable para empezar. ¿Cuánto se tarda en llegar?
—A pie, una semana. No más de diez días, como máximo. A caballo es más rápido. Cualquiera local debería conocer el nombre y la ubicación, no debería ser difícil encontrarlo.
—Ya veo…
Una semana o diez días como máximo. En el juego parecía un viaje de diez minutos. Ian reunió sus pensamientos.
—¿Algo más que quieras preguntar? ¿Puedo ayudarte en algo más? —El tabernero se puso de pie.
—No, eso es todo. Gracias por tu ayuda. Te lo debo. —Ian tomó la espada que había dejado sobre la mesa y se puso de pie.
—No esperaba que la habitación quedará vacía tan pronto —el tabernero hizo clic con la lengua.
—Te dije que no tenía intención de quedarme —respondió Ian.
—Aun así, no hubiera estado tan mal si te hubieras quedado.
Este tipo parece realmente molesto por eso, pensó Ian, y se rió.
—¿Cuánto crees que durará esta paz? —preguntó el tabernero, mirando alrededor.
—No mucho —respondió Ian sin preocupación.
—Como esperaba…
—Los monstruos volverán —afirmó Ian, ajustándose la espada a la cintura—. Y la guerra empezará.
El aliento del tabernero se detuvo por un momento. Sus hombros, antes musculosos y ahora cubiertos de grasa, se tensaron. Era una reacción común en alguien que había vivido la guerra.
—No confíes tu futuro a otros. Especialmente no a mercenarios como yo —aconsejó Ian, dándole una palmada en el hombro—. Tienes que proteger a tu sobrino.
—Sí, tienes razón. Puede que llegue un día en que necesite usar la armadura y el hacha que me diste —dijo el tabernero con voz resignada, pero con la determinación de un veterano preparándose para un futuro incierto.
—¿Vas a quedarte ahí todo el día? —Ian, sin prestar mucha atención, giró y agarró el picaporte.
—Adelante. Solo voy a ordenar un poco la habitación y te sigo.
—Bien. Si te demoras, me habré ido —dijo Ian—. Cuida ese hacha, no durará mucho.
La puerta se cerró con un clic.
—Por eso fue tan generoso. Tiene sentido. Pero ahora… —El tabernero sonrió débilmente mientras miraba su barriga.
—Necesito perder peso. Una guerra… vaya —murmuró para sí, y sus ojos volvieron a los de un hombre dispuesto a hacer lo que sea para sobrevivir, como si el último mes hubiera sido solo un dulce sueño.
—Wow… —exclamó Philip al ver a Ian—. Se ve impresionante, señor.
La expresión de Philip había cambiado desde su disgusto inicial. Parecía haber llegado a un acuerdo consigo mismo mientras Ian se preparaba.
—Hmm —Mev, sentada frente a Philip, asintió con aprobación.
Ian, con su armadura de cuero gris ceniza, parecía un mercenario creíble. La vaina en su cintura estaba desgastada, pero la espada dentro era nueva, lo que sugería que había sobrevivido lo suficiente para reemplazar sus armas varias veces.
—Es un color poco común para la armadura. ¿De qué cuero es? —preguntó Mev.
—Del jefe kobold —respondió Ian.
—Los kobolds suelen ser marrones. ¿Cambió por la magia corrupta? —Mev volvió a preguntar.
—¿Eso significa que la armadura también está impregnada de magia corrupta? —Philip se mostró preocupado.
—Pareces bastante miedoso para alguien que aspira a ser caballero —rió Ian.
—¿Miedoso? ¡Para nada! ¡En lo más mínimo! —Philip saltó a defenderse.
—Terminen de comer. Nos espera un largo viaje, es mejor estar bien alimentados —Ian se sentó casualmente en la silla frente a ellos.
Mev y Philip asintieron y retomaron su almuerzo. Pan, carne, estofado —la comida más fuerte disponible en la taberna.
—¿Han decidido el destino? —preguntó Philip después de unos minutos.
Ian se encogió de hombros.
—Para empezar. Primero… —Justo cuando iba a continuar, una sombra cayó a su lado. Ian frunció el ceño y se giró. Era la criada con pecas dispersas en su pálido rostro.
—¿Qué pasa? —preguntó Ian.
—¿Es verdad? —La criada, con la mirada fija en Ian, preguntó en voz baja.
—¿Qué es? —volvió a preguntar Ian.
—Que te vas. Con ellos.
—Sí.
—¿Justo después de la comida?
—Sí.
—¿Cómo puedes irte tan de repente?
—Así es la vida de un mercenario.
—Aun así… —Su voz tembló ligeramente y luego se apagó.
Ian parpadeó. Philip y Mev también se detuvieron, sorprendidos por las lágrimas en los ojos de la criada.
—Lo siento. Es que es tan repentino. —Secándose las lágrimas, la criada inclinó la cabeza y se retiró rápidamente a la cocina sin mirar atrás.
—Huh… —Ian soltó una risa tardía. Le había tomado cierto cariño al lugar, pero no esperaba esa reacción tan emocional. Negó con la cabeza y miró hacia la cocina, luego se giró, sintiendo otra mirada.
—¿Qué? —preguntó Ian.
—Tienes éxito con las mujeres, señor. Dicen que conquistar el corazón de una mujer es lo más difícil —habló Philip con una sonrisa, como si hubiera disfrutado de un buen espectáculo.
—No hubo nada. Ninguna relación de ningún tipo —respondió Ian.
—Tu reacción dice otra cosa. Eso fue… —empezó Philip.
—No pasó nada. Fin de la historia —lo cortó Ian con tono frío. Philip cerró la boca, con expresión de ‘sí, sí, lo que digas’.
‘Cortarle la nariz le borraría esa sonrisa arrogante,’ pensó Ian.
—¿Qué no pasó? —preguntó el tabernero bajando las escaleras.
—Nada —respondió Ian lanzando una mirada dura a Philip.
—Termina lo que estabas diciendo —intervino Mev para retomar la conversación.
—Estoy pensando ir primero al Bosque de las Tumbas —dijo Ian.
—¿Bosque de las Tumbas…? —Philip sonó confundido.
—Tiene mala fama —explicó Ian.
—Está en camino hacia la capital, así que no sería un desvío. Pero agradecería razones más concretas —dijo Mev con seriedad.
—El mago oscuro probablemente se esconda en algún lugar. Habló de plantar –semillas– y esperar la cosecha —respondió Ian asintiendo.
—Lo sospechaba —dijo Mev.
—Así que escogí un lugar probable para esconderse —continuó Ian.
—Pero ese lugar no es más que una tumba sin marcar, llena de huesos —intervino Philip.
—Un ambiente ideal para un mago oscuro. Además, al no haber nada que ganar, nadie se molesta en ir. Y no está causando problemas fuera del bosque. Me parece razón suficiente —respondió Ian.
—Aun así, justo en el corazón del reino… —murmuró Philip, todavía dudoso.
—Dicen que la respuesta a menudo está justo bajo la nariz —dijo el tabernero, uniéndose a la conversación y asintiendo hacia Ian—. El Fixer aquí quizá no sea el más amigable, pero nunca se ha equivocado hasta ahora. No se arrepentirán de seguir su guía.
—¿Y si es una pérdida de tiempo? —replicó Philip.
—Bueno, al menos el bosque maldito desaparecerá —rió el tabernero.
—Ambos tienen razón. Está bien, seguiremos la pista del mercenario —asintió Mev.
—Ian. Llámame Ian, no el mercenario, Sir Riurel —corrigió Ian a Mev.
—Está bien. Ian —cedió Mev.
—Perderemos al menos un día de nuestra valiosa semana —solo Philip parecía descontento con la decisión.
—Si tienes miedo, dilo. Te dejo esperando fuera del bosque —comentó Ian, haciendo que los ojos de Philip se abrieran.
—¿Miedo? ¡Yo lideraré el camino! —dijo Philip.
—Bien. —rió Ian.
—No tenemos mucho tiempo, partamos de inmediato. La comida estuvo buena, gracias —Mev dejó el tenedor.
Philip recogió sus pertenencias con prisa.
—Cuídense. Espero verlos vivos otra vez —el tabernero saludó a Mev y luego se volvió hacia Ian.
—No volveremos a vernos. Ni vivos ni muertos —respondió Ian.
—Tan frío, incluso en la despedida —rió el tabernero.
—La esperanza si es falsa sólo acorta la vida —Ian dejó atrás al tabernero con un chasquido de lengua y salió.
Justo cuando Ian estaba por abrir la puerta, la voz de la criada lo siguió con urgencia.
—¡Espera un momento! —gritó la criada.
Ian frunció el ceño molesto. ‘¿Cuánto más piensa aferrarse?’ pensó. Al girar irritado, la criada le extendió un paquete envuelto en tela.
—Lleva esto contigo, Fixer —dijo la criada.
—¿Qué es esto? —preguntó Ian.
—Empaqué un poco de jamón y queso para tu viaje —le entregó el paquete, y añadió—. Ten cuidado, Fixer. ¿Entendido?
Después de un breve momento y un poco de contacto visual, Ian respondió incómodo:
—Está bien. Si alguien te molesta, agarra algo filoso y apunta al cuello. O a los ojos, también funciona.
La criada sonrió ante sus palabras. Ian asintió y salió de la taberna. No era tan mala despedida, después de todo. Una leve sonrisa cruzó sus labios por un instante.
—¿Lo viste, mi señor? —la voz de Philip resonó al salir—. Los ojos de la criada estaban llenos de anhelo…
Los pasos de Ian se detuvieron sin querer.
—Sir Riurel, tengo una petición —continuó Ian—. ¿Puedo cortarle la lengua a tu escudero?
Parece que nos sería útil para el viaje.
Ian volvió la mirada hacia Mev, fría y helada.
El rostro de Philip palideció.
—Eso no está permitido —dijo Mev, poniéndose el casco y pasando junto a Ian—. Pero si alguna vez llega el momento en que sea necesario, lo consideraré.
—Qué broma tan aterradora, mi señora… ¿Está bromeando, verdad? —Philip forzó una sonrisa nerviosa.
—Con gusto lo haré. Gratis —respondió Ian.
—Jaja. Ustedes sí que tienen sentido del humor. Bueno, entonces iré por los caballos
—Philip, tieso como una marioneta, siguió rápidamente a Mev.
—Caballos… —murmuró Ian, guardando el paquete en su dimensión espacial.
A Ian no le gustaba montar a caballo. Para la gente de este mundo, los caballos eran un medio de transporte preciado, pero a él le parecían molestos e incómodos, necesitaban mucho cuidado. Pero para este viaje, era esencial ahorrar tiempo y energía.
—No hay opción, supongo. —Con un suspiro, Ian comenzó a caminar con tranquilidad, pensando que probablemente podría conseguir un caballo a buen precio, considerando que alguna vez había completado una tarea para un establo.
Traducido por: Mel
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