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Capítulo 3: Supongo que simplemente pasó
Los preparativos de Keter para luchar contra la reina fueron más sencillos de lo que esperaba, gracias a Dork, su subordinado.
—Ya sé que dijiste que no estás luchando contra la reina por Sefira —comentó Dork—, pero hagamos que parezca que buscas vengar a la familia Sefira. Tiene sentido y te ayudará a ganar aliados.
Keter comenzó a refinar nuevas técnicas para matar a la reina. Las habilidades que había aprendido y dominado en Liqueur estaban en su forma más cruda; si bien eran excelentes para matar personas, no eran aptas para enfrentar a un ser divino como la reina Lillian.
Eligió la arquería como su técnica para enfrentarla. La razón era que Besil, cabeza de la familia Sefira y su padre, había dejado un legado: la Arquería del Zodiaco, una recopilación de habilidades secretas de la familia. Aunque Keter nunca había aprendido arquería antes, no le costó dominarla. Ya era un experto lanzador, y su talento para el combate no tenía rival.
Keter no entrenaba: aprendía luchando. Todo el país era su enemigo, así que nunca le faltaron oponentes. Cada soldado corría de un lado a otro buscándolo para matarlo.
Él luchaba contra sus perseguidores en cuanto lo encontraban, y a veces los buscaba primero. No hubo un solo día sin combate, ni una sola jornada que no terminara en sangre. No era casualidad que lo llamaran el Loco de Ojos Dorados de Liqueur: Keter disfrutaba arriesgar su vida en cada batalla.
Casi siempre actuaba solo, pero la reina Lillian no lograba atraparlo. Era extraño que todo un reino no pudiera hacer nada contra un solo hombre. Eso se debía a que Keter tenía una causa justa: vengar a Sefira. La familia Sefira había sido exterminada de la noche a la mañana por cargos de traición que jamás fueron comprobados.
Había nobles descontentos, pero también recibió ayuda secreta de otras facciones que odiaban a la reina. Gracias a eso, Keter logró sobrevivir, alcanzando un punto en el que podía matar a un Maestro Espadachín de un solo golpe, e incluso enfrentarse a decenas de ellos al mismo tiempo.
Pero no se había acercado ni un poco a su objetivo: matar a la reina. Al principio fue audaz, pero Keter comprendió que no era más que una rana en un pozo. Cuanto más fuerte se volvía, más claro le quedaba que el estado de Prime, el punto más alto que un humano podía alcanzar, no era el final, sino apenas el comienzo.
La primera vez que sintió un límite fue al enfrentarse a uno de los Cuatro Señores. Estos eran los leales esbirros de la reina y pilares del país. Para matar a la reina, primero debía acabar con ellos.
Keter buscó y desafió al Señor del Este, Deyal, el Cortador del Cielo. Fiel a su apodo, Deyal dominaba una esgrima que podía partir el cielo. Al enfrentarlo, Keter no pudo evitar soltar una risa incrédula.
—¿Quién le puso ese apodo? Está mal. No solo corta el cielo… lo divide.
El impacto del combate entre Keter y Deyal alteró por completo el terreno, creando agujeros sin fondo y cañones por doquier. Nada en ellos era humano, salvo su apariencia.
Al final, Keter fue derrotado. Deyal quedó gravemente herido, pero Keter recibió un golpe fatal.
Recuperando el aliento, Deyal murmuró:
—Es la primera vez que un humano me hiere tanto. Es una pena; si no fueras un descendiente de Sefira, podrías haber reemplazado a uno de los Cuatro Señores.
—Oye, déjame preguntarte algo… ¿Cuánto más fuerte es la reina que tú?
Keter se estaba muriendo, pero su voz era serena. Solo podía actuar así porque no tenía arrepentimientos. Había dado lo mejor de sí; por eso, aunque perdiera, no tenía remordimientos. De hecho, sentía alivio.
Sabía que esta lucha no terminaría. Había un límite a lo que podía lograr por sí solo. Aunque recibió ayuda ocasional, esta no era significativa.
Ya en la mediana edad, Keter había enfrentado al Señor del Este esperando dejar una marca antes de envejecer aún más. Fue derrotado, pero no se arrepentía. Solo podía pensar así porque ya no estaba seguro de poder matar a la reina, ni siquiera con más tiempo. La pregunta que hacía antes de morir era un deseo genuino de saciar su curiosidad.
Tras una pausa, Deyal habló:
—Deberías considerarte afortunado por morir en mis manos. Su Majestad es incomparablemente más fuerte que yo. Aunque los Cuatro Señores uniéramos fuerzas, no podríamos ni rozar la punta de su dedo.
—¿Es por el poder de Ein?
Los ojos de Deyal se agrandaron.
—¿Tú solo llegaste a esa conclusión? Es sorprendente… y lamentable. Si lo hubieras entendido antes, el resultado de esta pelea habría sido distinto.
—No es nada del otro mundo. Ein no es más que aura y maná combinados —respondió Keter.
—Y también habrás comprendido que es imposible de controlar con cuerpo y mente humanos. Usaste Ein, pero fue incompleto, porque eres humano.
—Lo admito. No fue fácil. Me habría gustado tener un poco más de tiempo.
—Entonces no deberías haberte enfrentado a la reina. Tuviste la oportunidad de huir.
—Eso no es lo mío.
—… Si hay una próxima vida, vive conforme a la realidad.
La reina había ordenado que los Cuatro Señores llevaran a Keter vivo. Sin embargo, Deyal apuntó su espada al cuello de Keter. Al igual que él, Deyal también había creído alguna vez que podía matar a la reina Lillian. En respeto a Keter —quien lo había herido gravemente usando arquería, una habilidad que él despreciaba—, decidió hacerle un favor: impedir que acabara convertido en una marioneta de la reina.
Se acabó.
Incluso frente a la muerte, Keter no cambió sus convicciones.
—No hay concesiones en mi vida. Si hay una próxima, te mataré, Deyal… y mataré a la reina.
¡Voosh!
La espada de Deyal cortó limpiamente el cuello de Keter.
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