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Detective del inframundo capítulo 7

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Capítulo 7: El Caso de Hace Diez Años

 

El oficial Sun me contó que todo sucedió hace diez años. En aquel entonces, él era apenas el capitán de un equipo de investigación forense. Ascendió hasta su puesto actual gracias, en gran parte, al abuelo.

 

“El abuelo era una persona extraordinaria”, dijo el oficial Sun. “No se involucraba en casos triviales, y convencerlo de colaborar con la policía requería mucha persuasión. ¡Pero una vez que aceptaba, era prácticamente seguro que el caso se resolvería!”

 

Todo comenzó en una noche oscura y sin luna. En ese momento, el oficial Sun se encontraba en la jefatura provincial entregando unos documentos importantes, cuando un hombre de mediana edad entró de repente, llevando una bolsa de plástico en la mano. Caminaba tambaleándose, parecía ebrio, y tenía el rostro rojo. Apenas entró, gritó y suplicó ayuda: decía que alguien intentaba matarlo. Pero justo después de pronunciar esas palabras, cayó al suelo.

 

El oficial Sun pensó que solo era un borracho desmayado, pero al revisar si respiraba, se dio cuenta de que el hombre ya estaba muerto.

 

Abrió la bolsa de plástico que llevaba en la mano y, ¡para su horror, había un corazón humano dentro!

 

No había heridas visibles en el cuerpo de la víctima; parecía simplemente dormido. Tampoco había señales de lucha ni de envenenamiento. En otras palabras, el hombre había estacionado su auto frente a la estación de policía, bajado con el motor aún encendido, y murió al entrar. No se encontraron huellas dactilares ajenas en el auto.

 

Al investigar sus antecedentes, descubrieron que era un juez muy respetado en la ciudad.

 

Por ello, los altos mandos policiales decidieron priorizar el caso. Se organizó un equipo especial con los mejores agentes, forenses y patólogos para rastrear cualquier pista disponible. Sin embargo, pasaron semanas sin avances. Ni siquiera se pudo determinar con claridad la causa de muerte.

 

El problema era que el equipo especial estaba compuesto por personas más interesadas en ascender que en resolver el caso. En las reuniones, todos querían tener razón, nadie escuchaba a los demás, y cada quien trabajaba por su cuenta, sin colaborar realmente.

 

El oficial Sun, uno de los miembros más jóvenes del equipo, sugirió contactar al abuelo. Todos se rieron de él. “¿Contratar a un forense tan anticuado como ese? ¡Mejor llamar a un adivino con una bola de cristal!”

 

Pero entonces ocurrió un segundo asesinato. Esta vez, la víctima era una mujer: una empresaria rica que acababa de regresar del extranjero.

 

Y, al igual que en el primer caso, la policía halló una bolsa plástica cerca del cuerpo que contenía un corazón humano.

 

Dado que no había ningún avance en la investigación, el oficial Sun decidió actuar por su cuenta y llevó al abuelo a la estación, pese a las objeciones. El abuelo aceptó, pero al llegar, descubrieron que los cuerpos ya habían sido disecados.

 

El forense había examinado cada centímetro, y concluyó que los corazones en las bolsas pertenecían a las víctimas. El asesino había usado un método misterioso para extraer los órganos sin dejar daño alguno en el cuerpo.

 

El abuelo le dijo a Sun que ya no podía hacer nada. Su única condición -no negociable- para colaborar era que nadie debía tocar los cadáveres antes que él.

 

El oficial Sun usó todos sus recursos para convencerlo de seguir ayudando. Finalmente, el abuelo accedió y propuso revisar la casa de la víctima.

 

La casa ya había sido registrada muchas veces. No había nada, aparte de las huellas de los forenses. Si algo definía a este asesino serial, era su meticulosidad.

 

Motivo, método, pruebas… no había nada. El asesino sabía perfectamente cómo borrar toda pista. La policía estaba completamente a ciegas.

 

Pero el abuelo no era un hombre común. Al llegar a la escena del crimen, cerró todas las cortinas y encendió la artemisa seca hasta llenar la casa de humo. De entre la bruma, aparecieron palabras en la pared:

 

¡Dagas de Jiangbei, proteged al pueblo, condenad a los corruptos!

 

“Dagas de Jiangbei” probablemente era el nombre que el asesino se daba a sí mismo. Al parecer, creía estar actuando por el bien del pueblo, eliminando a los corruptos.

 

El oficial Sun volvió rápidamente a la jefatura para revisar los antecedentes de las víctimas. Descubrió que el juez había recibido sobornos y condenado a dos inocentes por asesinato. La empresaria había invertido en la industria farmacéutica y vendía un medicamento contra el cáncer, cuyo precio original era diez yuanes, y ella lo vendía a mil yuanes, lucrando con el sufrimiento ajeno.

 

El asesino, al ver sus crímenes impunes, se había autonombrado jurado y juez… y los ejecutó.

 

Entonces ocurrió el tercer asesinato. La víctima: un renombrado profesor universitario. Su “pecado”: tener relaciones inapropiadas con una asistente de investigación y chantajearla con fotos comprometedoras.

 

Este crimen ocurrió durante un seminario académico, ante muchos periodistas. Ya no se pudo ocultar la existencia del asesino en serie.

 

La prensa hizo eco y pronto Internet transformó al asesino en un antihéroe popular: un vengador que limpiaba la sociedad de corrupción. Incluso decían que la policía tenía una moral distorsionada, y que, aunque el asesino rompía la ley, lo hacía por el bien común.

 

Esto aumentó enormemente la presión sobre el equipo especial.

 

Por muchos problemas que haya en la sociedad, la ley debe prevalecer. Nadie puede ponerse por encima del sistema para decidir quién vive o muere. Lo que hizo el asesino seguía siendo asesinato. ¡Debía ser capturado!

 

Esta vez, el abuelo exigió ser el primero en examinar el cadáver. El oficial Sun desoyó todas las quejas y se aseguró de cumplir su pedido. El abuelo se encerró un día y una noche entera en la sala de autopsias, mientras Sun vigilaba la puerta para evitar interrupciones.

 

En un momento, Sun se alejó al baño. Un interno forense abrió la puerta por error… y quedó horrorizado. Vio al abuelo y al cadáver usando unas máscaras extrañas, y el cuerpo estaba atado con cuerdas como si se intentara recrear la escena del crimen.

 

Al día siguiente, se escucharon carcajadas desde la sala. El oficial Sun corrió a ver qué pasaba. El abuelo, aún confundido por el caso, confesó que no entendía cómo el asesino extraía los corazones con tal precisión… pero no todo estaba perdido.

 

“El cadáver me lo dijo”, afirmó el abuelo. “El asesino mide 1.80 metros, es alto y delgado, tiene ojos triangulares, cejas gruesas y un puente nasal elevado.”

 

Según Sun, esas fueron sus palabras exactas.

 

Ya habían trabajado juntos muchas veces, así que el oficial Sun le creyó sin dudar.

 

De inmediato, envió patrullas a buscar en toda la ciudad H a alguien que coincidiera con la descripción. No encontraron al asesino… pero sí a un testigo clave: un hombre llamado Zhang Bao, quien dijo haber visto a alguien parecido rondando su casa. Temía ser la próxima víctima y rogaba protección.

 

El abuelo pidió ver la declaración de Zhang Bao y la comparó con la información de los tres primeros casos. Luego, dibujó unos símbolos extraños sobre un mapa de la ciudad y le ordenó a Sun buscar en una calle señalada.

 

Sun le preguntó cómo lo sabía. El abuelo solo le urgió a actuar rápido antes de que fuera demasiado tarde.

 

La policía fue a la calle indicada e interrogó a los vecinos. Como esperaban, el dueño de una pensión confirmó que había alquilado una habitación a un hombre que coincidía exactamente con la descripción. Tenía incluso un contrato con sus datos.

 

Sun, emocionado, envió a dos oficiales con el casero a buscar el documento, mientras el resto se dirigía al cuarto en cuestión. Y allí encontraron una sorpresa impactante: recortes de periódico sobre las tres víctimas… y, más inquietante aún, una foto de Zhang Bao clavada a la pared con una daga.

 

No cabía duda.

 

Aquel hombre…

 

¡Era el legendario asesino conocido como Dagas de Jiangbei!

Traductor/a: Mel

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