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Capítulo 21: El Piano Maldito
Lao Yao se tomó su tiempo para hacer lo que le pedí, y terminó recién al mediodía. Cuando Dalí y yo salimos de su habitación, casi colapsamos por el agotamiento. Preferiría mil veces examinar un cadáver podrido de dos meses antes que soportar las obscenidades físicas y verbales de Lao Yao.
Entonces recibí una llamada de Huang Xiaotao, que nos invitó a almorzar. Caminamos hasta la entrada de la universidad y la encontramos apoyada contra un sedán negro. Esa combinación de mujer deslumbrante y coche igualmente lujoso hizo que más de uno se diera vuelta a mirarla, pero a ella parecía no afectarle; claramente estaba acostumbrada a las miradas.
—Xiaotao- —dijo Dalí con un tono empalagoso—, ¿Esta belleza es tu auto?
—Sí —respondió—. Un día de estos los llevo a dar una vuelta. ¡Vamos, encontremos un buen lugar para comer! ¡Yo invito!
Finalmente, elegimos un restaurante de mariscos a la parrilla. Dalí y yo pedimos una cantidad descomunal de comida que llenó toda la mesa: pescado asado, camarones fritos y algunas bebidas también. Habíamos estado ocupados todo el día, así que moríamos de hambre. En cuanto nos sentamos, los palillos volaron y devoramos todo como si no hubiera un mañana.
Huang Xiaotao, en cambio, casi no tocó la comida. Solo bebió su batido y nos observó con una sonrisa. Al notar su actitud, me sentí incómodamente consciente de mí mismo.
—Estás pensando que comemos como cerdos, ¿verdad? —pregunté.
—No, para nada —respondió—. Solo estoy un poco envidiosa del apetito que tienen los dos y de cómo disfrutan la comida. Nosotros, los policías, llevamos vidas tan agitadas y estresantes que muchas veces perdemos el apetito y sufrimos de insomnio.
—¿Entonces por qué decidiste ser policía, Xiaotao? —preguntó Dalí—. Pareces venir de una familia rica, así que no debe ser por el dinero, ¿no?
—Ser policía no da mucho dinero —dijo Huang Xiaotao—. Pero desde niña soñaba con serlo. Tal vez no lo crean, pero yo era una chica muy tímida e introvertida. Solo cuando me pongo este uniforme siento verdadera confianza en mí misma.
—¡Nunca lo habría imaginado! —dije.
—Bueno, supongo que el trabajo que hacemos puede cambiarnos mucho —dijo Huang Xiaotao—. Pero basta de mí. Fui a la clínica de cirugía plástica que mencionaste y, ¿adivina qué? ¡Tenías razón otra vez! Deng Chao sí se hizo una cirugía allí.
—¿Tiene que ver con sus manos? —pregunté.
—¡Exacto!
—¿Qué hizo quién? —preguntó Dalí, perplejo—. ¡No les sigo el ritmo!
Entonces le expliqué rápidamente toda la situación, en especial cómo uno de los mayores enigmas que me traía de cabeza —las huellas femeninas encontradas en ambos cadáveres— había sido finalmente resuelto. Estaba claro que esas huellas eran de Deng Chao. Su compañero de cuarto incluso mencionó que últimamente siempre usaba guantes, probablemente para ocultar las operaciones que se había hecho en las manos.
—Pero nunca había oído hablar de cirugías de manos —comentó Dalí—. ¿Eso se puede? ¿No son muy diferentes las manos de un hombre y las de una mujer?
—No siempre —dije—. Un hombre puede tener manos pequeñas, y una mujer, grandes. Vi una foto de Deng Chao y noté que su estructura ósea no era tan grande. Con la cirugía, podría remover el tejido graso y reducir algunos músculos. Así, fácilmente acabaría con manos delgadas y femeninas.
—Eso es cierto —agregó Huang Xiaotao, alzando su mano blanca y delicada—. Miren, mis dedos son apenas más delgados que los suyos, y no son más cortos.
—¡Mierda, eso es increíble! —exclamó Dalí—. Solo había oído que se dañaban las yemas para no dejar huellas, ¡Pero nunca escuché que pudieras cambiarte la forma de las manos! ¿Y de dónde sacó el dinero para eso?
—Probablemente de la beca que ganó —dije—. Su compañero mencionó que recibió unos veinte mil yuanes. Si no los usaba para pagar la matrícula, le alcanzaba más que de sobra para una cirugía.
—La vida es tan injusta —se lamentó Dalí, bajando la cabeza casi hasta su tazón—. Un asesino como él se lleva la beca, y yo, un buen chico, nunca veo ni un centavo.
Su queja me hizo reír. Sería curioso ver cómo sería una beca basada en la bondad.
—Pero hay algo que todavía me molesta —dijo Huang Xiaotao—. Si Deng Chao fue tan lejos como para cambiar la forma de sus manos para que parecieran femeninas, ¡Entonces desde el principio planeaba desviar la atención de la policía hacia ese fantasma del piano maldito! ¿Pero no es demasiado arriesgado? ¡La policía jamás creería que un fantasma mató a alguien!
—Probablemente fue un error de juicio —dije—. Hasta los más inteligentes cometen errores. Y el suyo fue subestimar a la policía.
—¡No! ¡Estás equivocado! —interrumpió Dalí de pronto—. ¡El piano maldito es real!
—¿De verdad esperas que crea una ridiculez así? —dijo Huang Xiaotao.
—¡Pero es real! —insistió Dalí mientras se limpiaba la grasa de la boca—. No tenía nada que hacer en casa de Lao Yao, así que me puse a buscar en el foro de la universidad sobre el piano maldito, ¡y resulta que un montón de gente dice haber visto a una chica con cabello largo y vestido blanco en ese salón! ¡Incluso han escuchado cómo se tocaba la “Claro de Luna”! Piensen: ¿Por qué creen que ese edificio estuvo clausurado diez años? ¡Seguro está embrujado!
—Ahora que lo dices —dijo Huang Xiaotao— ¿Cuál es la historia de esa leyenda?
—¡Déjame iluminarte, Xiaotao! —dijo Dalí.
Hace diez años, explicó, había una pareja de enamorados, ambos estudiantes de esta universidad. El chico era guapo y presidente del consejo estudiantil; y la chica, famosa por su belleza y su talento como pianista. Todos coincidían en que eran la pareja perfecta.
Pero lo que nadie sabía era que la chica venía de un hogar roto. Era muy reservada e insegura, y por eso veía a su novio como su todo, volviéndose sobreprotectora y posesiva. El chico, por otro lado, era muy sociable y participaba en muchas actividades. Con su carisma y apariencia, no era raro que hiciera amistad también con chicas.
Pero eso hacía que ella se sintiera amenazada. Controlaba cada uno de sus movimientos, y estallaba de celos al menor indicio. Si él no respondía rápido sus llamadas, o hablaba un minuto de más con otra chica, ella armaba un escándalo. Incluso llegó a amenazar con suicidarse para manipularlo.
El chico, como era de esperar, se sintió asfixiado. Cuando ya no pudo más, escribió una carta de ruptura. Pero antes de dársela, la chica de alguna forma la consiguió y la leyó. Para ella, fue como si su mundo se quebrara en mil pedazos.
Pensó que él había encontrado a otra o que nunca la amó. Planeó matarlo esa misma noche y luego suicidarse.
Le pidió que se encontraran en el salón de música porque tenía algo importante que decirle. Lo esperó allí… con un cuchillo en la mano.
Esa noche, cuando él llegó, la vio tocando el piano con lágrimas en los ojos. Supo de inmediato que algo andaba mal. Ella se levantó de golpe y le exigió una explicación sobre la carta. Él confesó que, efectivamente, quería terminar. Ella se vino abajo. Le preguntó por qué. Él, entonces, le soltó todo lo que llevaba guardado: cuánto lo había agobiado su comportamiento.
Antes de que terminara, ella sacó el cuchillo e intentó apuñalarlo. Él logró detenerla. Lucharon. Él, siendo más fuerte, la empujó. Pero no calculó su fuerza, y ella cayó hacia atrás… golpeándose la cabeza contra el piano. Murió en el acto.
El chico entró en pánico. Sabía que, aunque fue defensa propia, iría a prisión. Su futuro estaría arruinado.
¡No iba a dejar que esa chica arruinara su vida! Esa relación había sido una maldición. Incluso muerta, sentía que ella seguía arruinando su vida.
Entonces tomó el cuchillo y despedazó su cuerpo, sintiendo un extraño alivio al hacerlo. Tal vez sea cierto eso de que el amor y el odio son dos caras de la misma moneda.
Luego escondió los trozos del cuerpo dentro del piano. Pero al hacerlo, el piano sonó. Pensó que había tocado una cuerda, así que fue más cuidadoso… pero aun sin tocar nada, el piano emitía una nota cada vez que colocaba una parte del cuerpo.
Y al prestar atención, se dio cuenta de que las notas… eran de la partitura “Claro de Luna”, la pieza favorita de ella.
Casi se desmayó, pero logró terminar su trabajo. Limpió la sangre y huyó. Mientras se alejaba… aún podía oír “Claro de Luna” sonando suavemente desde la sala de música…
Traducido por: Mel
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