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Capítulo 11: El paraguas rojo, la herramienta secreta definitiva
Poco después, Wang Dalí llegó corriendo con un paraguas rojo. Jadeando, me lo entregó.
—¿Es este, verdad?
—¡Sí! —respondí. Luego me giré hacia el forense y pregunté—: ¿Puedo tomar unos guantes de goma, viejo?
El forense estaba sentado en un banquito, con un cigarro entre los dedos. Señaló su caja de herramientas con un gesto de la barbilla y dijo:
—Todo está ahí. Toma lo que necesites.
Saqué un par de guantes de la caja, le di un par a Dalí y me puse otros.
—¿Para qué me das esto, tío? —preguntó Dalí, poniéndose pálido.
—¿No quieres dejar tus huellas en el cadáver, no?
—¿Quieres que… que toque el cuerpo?
—¿Y quién me va a ayudar si no tú? ¡Vamos, deja de perder tiempo! ¡Pongámonos a trabajar!
Dalí parecía al borde del llanto.
—¡No me arrastres contigo al abismo!
—Te invito el almuerzo, ¿sí?
Había muchos policías observándonos, así que en verdad Dalí no tenía muchas opciones. Le pedí que levantara la parte superior del cuerpo, mientras yo tomaba unas tijeras y comenzaba a cortar el abrigo del difunto. El Dr. Qin me observaba atentamente, pero no dijo nada. Corté la ropa en lugar de quitársela tirando de ella, porque si lo hacíamos así, la lengua que sobresalía de la boca se dañaría.
Después del abrigo, corté la camisa interior. El rostro de un ahorcado siempre es aterrador. Dalí mantuvo los ojos cerrados durante todo el proceso, pero los abrió una vez y casi muere del susto.
—Santo cielo —exclamó—. ¿No te da miedo?
—¿Miedo de qué? Es solo un objeto inerte… como una mesa. ¿Te dan miedo las mesas?
—Pero sigue siendo… un cadáver —murmuró Dalí, mirándome como si fuera un alienígena.
Para mí, no había diferencia entre un cadáver y una mesa. Probablemente se debía al entrenamiento que me dio el abuelo, quien solía enviarme a cementerios a examinar huesos humanos. Y solíamos pasar la noche entera en esos lugares, así que ya estaba insensibilizado.
Como había mucha gente alrededor, decidí no quitarle los pantalones al cadáver. Así que le dije a Dalí que levantara el cuerpo.
Dali respiró hondo y lo alzó.
Yo abrí el paraguas lentamente. Un olor herbal intenso comenzó a llenar el aire.
—Ugh, ¿de dónde sacaste ese paraguas? —preguntó la oficial cubriéndose la nariz—. ¡Apesta!
—¡Perdón! —dije con una sonrisa.
Compré ese paraguas un día cualquiera, pero lo había modificado siguiendo un método mencionado en el Compendio de Casos de Injusticias Rectificadas. Los antiguos forenses sabían que ciertos tipos de luz podían revelar marcas en la piel. Song Ci, el gran médico forense, ideó un paraguas tratado con hierbas que hacía visibles ciertas marcas. Siguiendo ese libro, fabriqué este “paraguas forense”.
Comencé a girar el paraguas lentamente. Una sombra roja cubrió el pecho del cadáver. Para otros, solo era una sombra rojiza, pero yo pude ver que tenía distintos tonos.
Mientras escaneaba con cuidado, noté que Dalí se ponía nervioso otra vez.
—¿Puedes empezar a examinar el cuerpo ya? Hoy ni siquiera hay sol. ¡No necesito sombra!
—¡Ya lo estoy examinando!
—¿Qué? ¿Con ese paraguas viejo?
—¿Paraguas viejo? ¿Sabés cuánto gasté en hierbas para preparar este paraguas especial? ¡No lo cambiaría ni por una novia!
—Yo no cambiaría a cierta chica por nada en el mundo —murmuró Dalí, mirando embobado a la oficial.
—¿Dónde aprendiste ese método tan extraño, chico? —dijo el forense—. ¿Por qué no usás una ouija y le preguntás al muerto qué pasó?
Lo ignoré. Pensé: disfruta tu último momento de burla, viejo. Pronto te vas a quedar sin palabras.
Giré el paraguas tres veces más… y de pronto aparecieron marcas de media palma en los hombros del cadáver. Todos quedaron boquiabiertos. ¡Incluso el Dr. Qin dejó caer su cigarro sin darse cuenta!
—¡Eso… eso es imposible! —gritó el forense, poniéndose de pie.
—Dali —dije—. ¡Dale la vuelta al cuerpo!
—¡A la orden!
Incluso Dalí se emocionó. Volteó el cuerpo y lo sostuvo por los hombros. Yo seguí girando el paraguas. Donde pasaba la sombra roja, era como si se tratara de un escáner infrarrojo. Pronto aparecieron tres huellas completas de palma en la espalda. Eran pequeñas, probablemente de una mujer.
—¡Detente! —ordenó la oficial. Llamó a uno de sus agentes—. ¡Xiaowang, tráeme una cámara!
Un oficial le trajo una cámara digital. La oficial me indicó que siguiera girando el paraguas mientras tomaba las fotos. Una vez que capturó todas las imágenes, le pedí a Dalí que bajara el cuerpo.
La oficial observó atentamente las imágenes y frunció el ceño.
—Qué raro… —dijo—. No parecen huellas normales.
—No lo son —expliqué—. Son la textura de la tela de la ropa que llevaba el difunto. Cuando alguien muere, su energía Yang se dispersa de inmediato. Si algo bloquea ese flujo, queda una “Huella de energía Yang”, como estas. Solo se pueden ver con un procedimiento especial.
—¿Energía Yang? —preguntó la oficial.
—Puede sonar extravagante —dije—, pero si lo piensas bien, tiene lógica.
Ella asintió y guardó silencio un momento.
—Está bien —dijo—. Pero de verdad, chico, ¡tienes talento! ¿Dónde aprendiste todas estas habilidades? A este ritmo, está claro que esto fue un asesinato.
—¡Definitivamente lo fue! —afirmé.
—¡No! ¡Estás equivocado! —gritó el forense. Vi que estaba pálido—. ¡Este mocoso está haciendo un truco barato! ¡He sido forense por décadas y jamás vi a alguien examinar un cadáver con un paraguas! ¡Y eso de las “Huellas Yang” es puro cuento! ¿De dónde sacaste esa basura?
—¿Truco barato, dices? —pregunté—. Yo creo que el que juega con todos eres tú.
—¡Tú… tú, mocoso insolente! —gritó el forense, temblando de rabia—. ¿Sabes quién soy?
—No —respondí—, pero sé que te equivocaste. Confundiste un asesinato con un suicidio. ¡Ibas a dejar libre a un asesino!
—¡Tú… tú…! —exclamó el forense, lanzándose hacia mí para arrebatarme el paraguas. Pero me aparté a tiempo.
—¡Dame ese paraguas asqueroso! ¡Debes haber hecho algún truco!
—¿Y no dijiste que si te lo probaba, cederías el caso y renunciarías?
—¡Yo también lo oí! —dijo Dalí—. Señor forense, ¡seguro alguien de su posición sabrá cumplir su palabra, verdad?
El forense enrojeció de furia.
—¡Eso… eso fue una broma! ¡No pensé que lo lograría! ¡Si lo hubiera sabido, no habría dicho nada!
—¿Una broma? —levanté una ceja—. Si yo fallaba, no creo que tú lo tomaras como una broma. ¡Me habrías metido preso!
El forense quedó mudo. Se giró hacia la oficial.
—¡Xiaotao, mira a este mocoso! ¡Es un irrespetuoso! ¡Tienes que sacarlo de aquí ya!
Pero la oficial solo negó con la cabeza.
—Dr. Qin —dijo—, usted se puso en esta situación. Además, todos lo oímos prometer que cedería el caso si él tenía razón. Creo que debería cumplir su palabra.
Noté que evitó mencionar lo de su renuncia, pero al menos reconoció parte de lo dicho. Y yo no tenía interés en patear a alguien cuando ya está en el suelo.
El forense no esperaba que ella no lo defendiera. Se quedó callado unos segundos antes de explotar:
—¡Huang Xiaotao! ¡¿También tú te pones del lado de este mocoso?! ¡Está bien! ¡Investiguen juntos si quieren! ¡Yo me voy! ¡Y si este mocoso resuelve el caso, renuncio sin objeciones!
Se quitó la bata y la arrojó al suelo con dramatismo, y se marchó dando zancadas.
Lo observé alejarse y no pude evitar reír. ¿Te lastimé el ego, viejo?
En ese momento, una mano delicada se acercó a mí. Miré y vi que era la oficial.
—Me llamo Huang Xiaotao. ¿Y tú?
—Yo… Soy Song Yang —respondí, estrechando su mano suave y perfumada.
En mis veintidós años de vida, jamás había estado tan cerca de una mujer. Mucho menos había tocado a una. Y ella… Ella era deslumbrante. Así que no me juzgues si te digo que sentí que toda la sangre se me iba al rostro y casi veo vapor saliendo de mi cabeza.
—Este caso ahora es tuyo, Song Yang —me dijo con una sonrisa.
—¡Claro! —respondí, lleno de orgullo.
Entonces, desde el borde de la cinta policial, se oyó el llanto de una chica.
—¡Fue un fantasma! —sollozaba—. ¡Mi novio fue asesinado por un fantasma!
Los tres nos quedamos paralizados al escuchar aquellas palabras.
Traducido por: Mel
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