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Capítulo 34: Callo julio Cesar

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Capítulo 34: Callo julio Cesar.

Durante un buen rato, Marcus no pudo soltar el pergamino de sus manos.

Callo julio cesar

Ese nombre tenía un significado especial para Marcus por varias razones.

César era un destacado político y estratega de la antigua Roma, además de ser uno de los mejores literatos.

En talento militar, podía competir con Pompeyo, y en habilidades literarias, estaba a la altura de Cicerón.

Sin embargo, lo que lo hacía verdaderamente excepcional era su capacidad innata para utilizar todo, incluso la guerra, con fines políticos.

Hay muchas personas con talento en un área específica, como estrellas en el cielo nocturno, pero es raro encontrar a alguien tan sobresaliente en todos los campos.

En resumen, un genio.

Uno de los más grandes genios de la historia, difícil de igualar.

El último libro que Marcus había leído en su vida anterior también trataba sobre César, en una biografía de héroes.

Tal vez por eso, al ver el nombre de César, Marcus no pudo evitar sentirse profundamente conmovido.

“Ahora que lo pienso, César también era conocido como uno de los grandes deudores de Roma.”

Como tenía delegadas todas las operaciones de préstamos, tardó en percatarse de ello.

Danae, por su parte, malinterpretó el silencio prolongado de Marcus, creyendo que se debía a la cantidad que César había tomado prestada.

Con voz apesadumbrada y arrepentida, se disculpó:

—Lo siento mucho. Fue irresponsable de mi parte seguir aprobando los préstamos… Pero haré lo que sea necesario para recuperar el dinero.

—¿Eh? No, no. No hace falta. De hecho, prestar el dinero fue una buena decisión.

—¿De verdad? Pero aun así, ¿no cree que la cantidad que esta persona tomó prestada es demasiado elevada…?

—Bueno, sí que lo es. Pero podremos recuperarlo todo más adelante.

Con calma, Marcus revisó la cantidad que César había tomado prestada.

En un instante, tuvo que contar los ceros varias veces, incrédulo.

“¿Está este tipo en su sano juicio…?”

El rostro de Marcus, que intentaba mantenerse impasible, mostró una leve expresión de desconcierto.

Al ver la cifra, entendió perfectamente por qué Danae estaba tan inquieta.

En realidad, para los políticos romanos, las deudas no eran un gran problema.

A menos que fueran nobles extremadamente ricos, era común que acumularan deudas antes de alcanzar el éxito.

Esto se debía a que las elecciones en Roma eran prácticamente compradas, y sin dinero era imposible participar.

Además, para ganar popularidad entre los ciudadanos, a menudo había que gastar generosamente.

No era raro que pagaran de su propio bolsillo por espectáculos de gladiadores o por la reparación de carreteras.

Por eso, tener grandes deudas era visto como algo natural para los políticos.

El problema era que César apenas tenía 30 años y ni siquiera había comenzado formalmente su carrera política.

Era un joven que apenas estaba participando en su primera elección, ¿Cómo podía haber acumulado una deuda tan descomunal?

“Ha tomado prestados casi 20 millones de sestercios, ¿y ahora quiere que le prestemos más dinero?”

Para ponerlo en perspectiva, el monto que Cicerón había solicitado como compensación a Verres era de 40 millones de sestercios.

Esa era la cantidad que un gobernador provincial corrupto, culpable de enormes desfalcos, debía devolver.

Sin embargo, un novato sin experiencia política ya había acumulado la mitad de esa cantidad como deuda.

Esto, a todas luces, no era normal.

Más sorprendente aún era la audacia de César, quien, a pesar de esa deuda colosal, pedía más dinero con total desfachatez.

—¿En qué ha gastado todo este dinero que ha pedido prestado?

Marcus no esperaba una respuesta seria, pero Danae, que ya había investigado a fondo sobre César, respondió de inmediato.

—Principalmente en la compra de libros, en llevar una vida de lujo sin escatimar gastos, y en adquirir regalos para sus amantes.

—Vaya… impresionante, en muchos sentidos.

“El dinero que quiere pedir prestado esta vez lo usará para la campaña electoral. Por eso, me dijo que sería mejor prestárselo rápidamente…”

Danae no pudo ocultar su incredulidad mientras hablaba.

Resultaba completamente absurdo que quien estaba pidiendo prestado dinero no solo no pidiera el favor, sino que exigiera que se lo dieran rápidamente.

—Parece ser un tipo más entretenido de lo que pensaba.

—¿Entretenido? ¿No sería más bien una falta de respeto?

—Más que eso, debe ser por la seguridad en sí mismo. Sabe que va a devolver el dinero sin problemas, por eso actúa con tanta confianza.

—…Definitivamente, parece tener una confianza impresionante.

—¿Pero no te dijo algo más? ¿Solo te pidió el dinero y ya está?

Danae, con una expresión de sorpresa, rápidamente continuó.

—Dijo que, como agradecimiento por prestarle el dinero, quería invitarte a algo.

—¿Quiere vernos en persona? Tendré que pensarlo un poco.

Marcus interrumpió brevemente para ordenar sus pensamientos.

Ya había decidido cómo manejaría su relación con César. El problema ahora era el momento adecuado.

No estaba seguro de si verlo ahora sería un paso positivo o un error.

La reunión con César sería muy diferente a las que tendría con Pompeyo o Cicerón.

Lo más importante era no dejar que lo descubrieran.

“Sí, no importa si tardo un poco, no cambiará nada.”

En unos días, tendría que viajar a Sicilia con Cicerón para recoger pruebas. Antes de eso, quería resolver todos los asuntos que lo molestaban.

Decidido, Marcus le pasó de nuevo el pergamino con el nombre de César a Danae.

—A partir de ahora, préstale todo el dinero que quiera. Y dile que, dado que pronto iré a Sicilia, le transmitas que nos veamos antes de eso.

—Sí, señor. Haré lo que me ha pedido.

Danae salió rápidamente, sin perder tiempo.

Marcus, tras suspirar ligeramente, volvió a tomar su pluma de caña para continuar con el trabajo acumulado.

※※※※

El día del encuentro se acercaba rápidamente. Lo curioso era que César, en lugar de citarse en su casa, había elegido una gran taberna como lugar de encuentro.

La alta sociedad romana solía organizar banquetes en sus casas cuando recibía visitas.

Las tabernas, consideradas lugares de bajo nivel, eran evitadas por muchas personas, y quienes las frecuentaban solían ser mirados en menos.

Esta percepción social era también la razón por la cual Marcus había sido objeto de críticas en el pasado por visitar tabernas con frecuencia.

Debido a este juicio social, Roma no desarrolló muchos establecimientos de alta calidad como tabernas o restaurantes elegantes.

Lo que se encontraba en Roma eran lugares sencillos para comer rápidamente o llevar comida, como las popinae, o tabernas que combinaban bebida, comida, juego y prostitución, como las tabernae, que eran populares entre los romanos.

Sin embargo, entre las tabernae también había algunas que no carecían de una atmósfera refinada.

Había nobles y personas de la alta sociedad que preferían estar fuera de sus casas, y algunos lugares de lujo, tabernae de alta gama, satisfacían esa demanda.

El lugar que César había elegido para la cita era una de esas tabernae de lujo, considerada una de las más refinadas de Roma.

Como siempre, Marcus iba acompañado de Septimus hacia el lugar señalado.

Aunque había pensado en dejar a Danae atrás, ella insistió en acompañarlo, por lo que accedió a que fuera con él.

—Ahí está. Esa es la taberna que Tullius maneja. Según he averiguado, es la más popular entre la alta sociedad.

—¿Eso significa que es buena?

—Si por “buena” te refieres a lujosa, entonces no. Dicen que la comida y las bebidas en la taberna de Zephirus, que está justo enfrente, son mejores. Lo que sí se dice de aquí es que las mujeres son las más hermosas, y que ofrecen un servicio excepcional.

—Ya entiendo un poco más sobre el lugar.

Marcus sonrió ligeramente mientras seguía a Septimus.

Al entrar en el espléndido edificio, un grupo de esclavos alineados los saludó ruidosamente.

—Llévennos al cuarto piso.

Cuando Septimus habló, un hombre de mediana edad se inclinó cortésmente y respondió:

—Disculpen, el cuarto piso está reservado por un distinguido huésped. En el segundo y tercer piso hay espacio, ¿les gustaría disfrutar allí?

—Ah, no hay problema. Ya tenemos un acuerdo con el huésped del cuarto piso.

—¡Oh, son ustedes los acompañantes! Disculpen por no reconocerlos. Los llevaré de inmediato.

Recibidos con una cálida bienvenida, Marcus subió las escaleras. Desde arriba, podía escuchar risas femeninas y música de fondo.

“¿Así que alquilan pisos por separado y disfrutan de la fiesta de esa forma? Ya entiendo por qué las deudas crecen tan rápido.”

Aunque no había registros de que César soliera beber acompañado de mujeres, la magnitud de estos gastos daba una idea de su estilo de vida.

Y es que, sorprendentemente, este hombre que derrochaba en lo privado era conocido por su sobriedad en lo público.

Al llegar al cuarto piso, la escena que los recibió fue algo que bien podría describirse como un banquete privado. Mujeres vestidas con túnicas tan finas que dejaban entrever su piel danzaban mientras músicos tocaban tibia y lira.

Era como si César estuviera disfrutando una fiesta solo para él.

Cuando Marcus llegó, la música cesó y las mujeres interrumpieron su baile.

En el otro lado de la sala, un hombre descansaba de manera relajada, emanando una atmósfera decadente.

A pesar del desorden, su toga bien arreglada era inconfundible.

Conversa con una mujer a su lado, y al notar la llegada de Marcus, levantó lentamente la cabeza.

No tenía la belleza deslumbrante de Pompeyo ni el atractivo robusto de Marcus, pero su mirada, a la vez intelectual y salvaje, captaba la atención de cualquiera.

Esos ojos misteriosos observaban a Marcus mientras se acercaba.

Desde sus labios, curvados suavemente, salió una voz suave pero llena de vigor.

—¿Es la primera vez que nos encontramos cara a cara? No esperaba encontrar a un hombre tan imponente.

No sonaba en absoluto como un deudor, y su tono era desafiante. Marcus sintió una chispa de sorpresa.

La voz continuó.

—Encantado de conocerte. Soy Gayo Julio César.

Marcus asintió ligeramente con la cabeza y se sentó en un ángulo opuesto al de César.

“Soy Marcus Licinius Crassus. Es un placer conocerte en persona.”

César sonrió y hizo un gesto a la mujer que estaba a su lado. Ella vertió vino en la copa frente a Marcus.

“Yo también me siento contento de verte convertido en un hombre hecho y derecho. Tal vez no lo recuerdes, pero yo te vi cuando eras niño.”

“¿De verdad?”

“Sí. Fue cuando fui a la familia Crassus a pedir un préstamo, en esa ocasión te vi cuando eras un niño. Pero ahora, al verte, eres una persona completamente diferente.”

Las palabras de César tenían un matiz peculiar. Aunque no podía saber que el alma de Marcus había cambiado, claramente poseía una visión aguda y diferente.

“A menudo me dicen eso. Que he madurado mucho con el tiempo.”

“No solo has madurado como persona, sino que también tu habilidad es impecable. Todo Roma está hablando de las cosas que has hecho.”

“¿Te refieres a los carros y los arneses?”

“Eso también, pero en mi opinión, lo más impresionante son los estribos y las espuelas.”

De repente.

El cuerpo de Marcus, que estaba a punto de llevarse el vino a los labios, se paralizó en ese mismo instante.

Los estribos y las espuelas, en apariencia, no eran productos creados por Marcus. Como aún no tenía intenciones militares, se había atribuido todo el mérito a Crassus.

Pompeyo también había dudado de que Crassus tuviera tal talento, pero lo había descartado como una simple casualidad.

Sin embargo, César, con total calma, había descubierto que los estribos y las espuelas eran inventos de Marcus.

‘¿Está tanteando las aguas?’

Marcus intentó mantener una expresión indiferente mientras inclinaba ligeramente la cabeza.

“No, eso no fue obra mía, sino de mi padre y de Septimus, que está justo detrás de mí. Yo solo les ayudé en el proceso.”

“Ya veo. Como no son productos para carruajes, sino materiales militares, prefieres no llamar demasiado la atención, ¿verdad? Tienes una gran sensatez.”

Un escalofrío recorrió la espalda de Marcus.

No se trataba simplemente de un tanteo. Con solo intercambiar unas palabras, sentía como si las intenciones subyacentes de su interior fueran completamente desveladas.

Una sensación extraña que nunca había experimentado en su vida.

El agudo poder de percepción de César hizo que la boca de Marcus se secara.

Este hombre era completamente diferente a todos los que había conocido hasta ahora.

Ni siquiera podía ser consciente de las miradas de Septimus y Dana que sentía por detrás.

Marcus centró toda su atención en el hombre frente a él.

Marcus había hecho un esfuerzo agotador para mantener su expresión y voz intactas en cualquier situación.

Gracias a esto, aunque su interior estuviera lleno de confusión, siempre mantenía la apariencia de calma, sin dejar escapar ni el más mínimo indicio.

“¿Podrías decirme en qué basas esa deducción?”

A pesar de haber sido golpeado de lleno en su punto débil, la actitud de Marcus seguía mostrando total serenidad. Un destello de admiración cruzó los ojos de César.

César sonrió satisfecho y levantó su copa.

“Conozco muy bien a tu padre. Tiene una gran habilidad política y un talento impresionante para los negocios. Pero, lamentablemente, su comprensión de lo militar es… digamos que, no es lo que esperaría… más bien, algo deficiente.”

“Pero, sin tener ese conocimiento profundo, ¿no sería posible desarrollar estribos o espuelas?”

“No. Sin un entendimiento adecuado de la teoría detrás, ni siquiera podrías concebir esos objetos. Los inventos no surgen sin el conocimiento que los respalde. Después de la rebelión de los esclavos, tuve varias conversaciones con tu padre, y estuve seguro de una cosa. Los estribos y las espuelas no son obra de él.”

“……”

“Además, aunque aún no tienes la edad suficiente, te uniste a la represión de los rebeldes. Lo que me hizo estar completamente convencido de que tú creaste esos objetos. Probablemente observaste el rendimiento de los dispositivos que introdujiste y buscaste posibles mejoras.”

Su tono era tan seguro, como si hubiera sido testigo directo de todo. Marcus, con una leve sonrisa interna, asintió.

“Es impresionante.”

“Por eso me interesé tanto en ti. Aunque eres joven, me intrigaba cómo podías haber ideado tales cosas. Y luego, al ver que habías renovado por completo los carros y los arneses, mi admiración creció, pero también mis dudas se profundizaron.”

César vació su copa y, sin borrar su sonrisa, preguntó:

“¿Hasta dónde has llegado, realmente?”

 

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